Uru era el nombre de una princesa heredera de un trono inca. Su
padre, el curaca Kúntur Capac, había procurado darle esmerada educación, pero
la princesita, que vivía envuelta en lujos y refinamientos, era sumamente
díscola y caprichosa. Pasaba los días comprando ricas telas y exóticos tocados
y no cumplía con las obligaciones propias de su condición, escapándose de la
tutela de ayos o maestros. El Hamurpa,
preocupado por su indolencia y egoísmo,
interpelaba al curaca : "Tú sabes que estás enfermo y próximo a morir,
Kúntur Capac - solía decirle - Y tu hija heredará este trono, para el que no
está preparada. Nada sabe de nuestra historia, de nuestras costumbres y
necesidades, no realiza ninguna tarea útil o noble y sólo se ocupa en vestirse,
adornarse y saborear manjares costosos que hace traer de lejanos lugares".
El curaca Capac, preocupado por sus palabras, procuraba inculcar a Uru el
sentido de la responsabilidad de su futuro cargo. Todo era en vano : Uru
malgastaba grandes sumas en adquirir telas exóticas, adornos de oro y plata con
que embellecía sus tocados, y pasaba indiferente y desdeñosa ante los súbditos
que se agolpaban alrededor de su killapu sin un solo gesto benévolo ni humanitario
hacia ellos.
Por fin llegó el día temido en que el curaca falleció. Su muerte fue lamentada por espacio de siete días y siete noches, con llantos y lastimeros cánticos religiosos con los que le expresaban su tristeza y su miedo por el destino que les esperaba en manos de la nueva reina. La joven, impresionada al principio por la muerte de su padre y su nuevo cargo, obedeció en todo a Hamurpa y gobernó con verdadera inteligencia, pero pronto se cansó de ello. Volvió a su vida egoísta y, embriagada por su poder, malgastó cuantiosas sumas en cumplir con sus caprichos; pronto empobreció las arcas del palacio y comenzó a oprimir al pueblo con elevados impuestos, con los que podría mantener sus gastos.
Un día en que Hamurpa y otros consejeros ancianos procuraban
conmoverla para que prestara atención a las necesidades de su pueblo, Uru
decidió desembarazarse de ellos. "Tomen prisioneros a todos los consejeros
de mi padre y azótenlos hasta que mueran - ordenó - imperiosa y soberbia. Desde
ahora en adelante, no conozco otros consejeros que mis deseos. Y no me importa
que mi gente se empobrezca o carezca de tierras y alimentos. Yo, heredera
directa de los incas, he nacido para gozar de la vida y ser obedecida". Y
para ratificar su orden, tomó ella misma su cinturón trenzado en blando cuero
de cabras y comenzó a golpear a los ancianos sacerdotes. No pudo, sin embargo,
proseguir con su furia destructiva, su brazo quedó paralizado, y toda ella
enmudeció ante una figura bellísima y majestuosa que se presentó
interponiéndose entre los sacerdotes y la reina. "Has llegado demasiado
lejos, princesa Uru - le advirtió la voz de la diosa -. Hemos decidido
castigarte y liberar a tu tribu de tus desvaríos y tu mal gobierno. A partir de
ahora sabrás lo que significa luchar por tu propio sustento. Trabajarás
continuamente, sin descanso por los siglos de los siglos". La envolvió con
su oscuro manto y la hizo desaparecer ente los ojos estupefactos de los
consejeros.
En su lugar había quedado un insecto pequeño, de cuerpo oscuro y
velloso, provisto de ágiles patas, que comenzó inmediatamente a tejer una
complicada tela con el hilo que extraía de su propio cuerpo. Desde entonces
Uru, la araña de nuestra leyenda sigue tejiendo sin descanso para ganar el perdón
de los dioses por sus antiguos errores.
Recuperado de: http://www.portaldesalta.gov.ar/arana.htm
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